jueves, 27 de marzo de 2014

PARA RADICALES


Querría navegar en mi propio velero en el mediterráneo, ser rotundamente feliz, radicalmente independiente. Vivir, en definitiva, lejos del alcance de las locuras del personal hasta que la parca me llame en la Isla de los Naufragios. Sin embargo, ganarse la vida es una tarea complicada y yo, siento escribirlo, cada vez tengo menos cosas que aportar a los demás. Por no tener, no tengo ni ganas de tomar la pluma. Creo que en los últimos meses me he vaciado por completo intentando,  ya ven, dejar un destello de inteligencia, una pizca de genio en cada escrito. Sin conseguirlo, obviamente.

Personalmente sólo hallo egoísmo y mediocridad. Políticamente todo está lleno de griterío y guturalismo peninsular. No encuentro ni un gemido de violín en medio de tanto exabrupto. Y si escribir me cuesta, leer a esos gacetilleros gastados aún más. Esas  interpretaciones de la realidad me importan lo mismo que la configuración crustácea de una langosta. Imagino que todo tiene que ver con esa tendencia del periodismo a la dispersión. Sea como fuere, me aburren, y mucho. Incluso llegan a exasperarme cuando confunden la política con la poesía porque, además de un engaño, es de un infantilismo insoportable. Pero ya que escriben, al menos que lo hagan bien.

He tratado de mantenerme al margen. No escribir nada en un tiempo dejando caer las hojas del calendario pero, la realidad circundante me hace tomar la pluma una vez más para explicar lo obvio, tras ver los atisbos de violencia que nos han asaltado en las últimas jornadas.  No pretendo hacer de Larra con su crónica inadaptación, sino simplemente dar mi opinión con la esperanza de que le sirvan a algún primate en algún punto de la galaxia.

Y es que discutir lo obvio es síntoma de rusticidad social y de primitivismo. Sencillamente no se puede atacar a las fuerzas de seguridad del Estado porque no se está de acuerdo con la política de un gobierno elegido democráticamente. Recordemos que la finalidad de un Estado es la de asegurar la vida de sus ciudadanos, y si un Estado no la asegura, no vale la pena pagar la contribución ni someternos a las estúpidas obligaciones de la vida en común. Apoyar que unos descerebrados profundos intenten asesinar a unos policías en nombre de vaya usted a saber, puede ser el primer paso para que esos mismos agentes dejen de protegernos cuando las cosas se pongan feas de veras. Así que de cundir el ejemplo de la Complutense, sólo nos quedaría el caos y la anarquía. Y en él, una vez masacrados los primeros elementos de la derecha, ésta se sabría organizar mejor y a represión sistemática no le iba a ganar nadie. Caminemos, y yo el primero, por la avenida de la moderación no vaya a ser que el asunto se nos vaya de las manos.

Recordemos también que el cansancio por el parlamentarismo dio lugar a monstruos como el nazismo o el comunismo que si lo mezclamos con el peligroso nacionalismo, nos sale un cocktail explosivo. Del Deutchland über alles al nacionalismo de campanario catalán que no entiende que su parlamento esté bajo la tutela de la Constitución española, y no a la inversa. El mantenimiento del equilibrio parlamentario y el cultivo de la honradez política han de ser clave en la regeneración política nacional si queremos que España siga existiendo como ente político.

Destruir está al alcance de todas las inteligencias, conservar es lo más elevado y noble que se puede hacer en este mundo Con todos los errores que se quiera, la transición española tuvo mucho de bueno para superar los fantasmas del pasado. Además, como nos demuestra la política empírica, la mejor opción es la moderación en el ejercicio público y la radicalidad en la exposición de los violentos y los corruptos. Si el triunfo del nacionalismo romántico desembocó en 5 invasiones alemanas de Francia, la victoria de la historia inventada puede generar más dolor del que imaginamos. Por eso hemos de encontrar al mejor violonchelo del parlamento para que termine la composición que inició Adolfo Suárez. Una balada que se llama consenso que nos aleje de los totalitarimos de Pablo Iglesias, Alberto Garzón y compañía cuyas ganas de sangre y dictadura bermeja podrían conducirnos el esperpento bolivariano. 

De nosotros depende aplicar la astucia al servicio de la realidad. Recuerden que frente al dogma de la destrucción, la política es, o debería ser, más inteligente y eficaz. Ahora, si me lo permiten, voy a caminar por Málaga, la urbe, que pese a mi ausencia, sigue recostada junto al mar mediterráneo.


Sergio Calle Llorens

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