martes, 7 de julio de 2015

LA MEMORIA



Los seres humanos somos la memoria, es decir,  alma. Si alguien pierde completamente la memoria se convierte en un vegetal y, ya no tiene ánima. Incluso desde el punto de vista de un hombre religioso, el infierno no tendría sentido sin memoria.  El castigo se basa en recordar continuamente aquellos pecados terribles que cometimos. Ese mal que infligimos al prójimo. A medida en que van pasando los años, recordamos mucho más los acontecimientos que tuvieron lugar hace ya muchas lunas. Nos transformamos en alma.  Y por tanto poseemos más espíritu que un niño.  Para ir tirando con tantos recuerdos, los monos con traje tenemos una memoria selectiva que nos permite distorsionar esas vivencias pretéritas y convivir con nuestro presente. La neurociencia lo explica divinamente en la actualidad.  También existe una conservación de la memoria en los colectivos humanos reaccionarios.  Un grupo retrogrado es aquel que se apropia de la memoria que le viene bien. En este grupo podríamos colocar a la izquierda española. Al otro lado, encontramos al Establishment revolucionario que tiende a borrar todo rastro del pasado que no le conviene que sea recordado. Véase Stalin, Castro, Pol Pot y cualquier dirigente con querencias bermejas.  La memoria colectiva es la identidad colectiva.  En esta construcción que da fuerza al grupo se encuentra un elemento vegetal; el de los libros donde está encerrada la memoria de la humanidad. Y por eso son tan importantes las bibliotecas.  La identidad a través de las bibliotecas desde aquella maravilla de Alejandría.

Nuestro deber como europeos, españoles o mediterráneos es continuar preservando las bibliotecas como una continuación del museo. Lugares mágicos que comprenden toda la sabiduría humana. Esa contra la que luchan los grupos islamistas más radicales.  El propio Dante en su Divina Comedia describe a Dios, y miren que eso es difícil, como la biblioteca de las bibliotecas.
A veces una persona es un libro abierto por la mañana y, en el crepúsculo se nos antoja críptica y casi imposible de descifrar. Por eso mientras más experiencias tengamos y, recuerdos alberguemos en el ático de la memoria, más fácil será comprender al prójimo. Las palabras, especialmente las escritas, pueden no comunicar nada en absoluto pero, si en algún lugar del universo alguien entiende nuestra unión de palabras, habremos dado un paso gigantesco para la comprensión mutua.
Ya lo decía Cervantes; “el que lee mucho y viaja mucho,  ve mucho y sabe mucho”.  Una forma de liberarnos de las cadenas de aquellos que imponen, o lo intentan, una determinada forma de pensar.  Personalmente, he bebido de las fuentes de la cábala en Venecia y he bailado movido por la canción triste del mar en las puestas de sol mediterráneas como las de Nerja o Menorca. Y todo porque me he convertido en un ser  con ánima que ha alzado el velo de Isis que permite ver la otra realidad. Y en superando tantas pruebas recuerdo mis primeras palabras. Esos torpes balbuceos  que eran algo así como; gu, gu, guapo soy. Será la edad pero es lo que yo recuerdo y con ese ánima sigo viviendo.

Sergio Calle Llorens

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