martes, 28 de julio de 2015

SERÉ VAN HELSING


Yo no sé si mi vecina es un paraguas que se parece a una bruja o una bruja que se parece a un paraguas. El caso es que cuando ella abre la boca, mis manos ansían su cuello. A veces imagino apretando hasta asegurarme de que cenará con Satán. Empero, luego me viene un ataque de racionalidad y la visualizo sin habla lo que sería, sin lugar a dudas, la peor de sus condenas. Afortunadamente, ella y su sufrido marido, al que dicen conoció en un concurso internacional de voces huracanadas, solo pasan  tres meses del año en la vivienda adyacente a la mía. De pasar más tiempo en mi rincón mediterráneo, hace tiempo que les hubiera hecho una visita con la espada.
 De la nigromántica conozco prácticamente todo porque habla a gritos y, a todas horas del día. Del gurrumino del esposo me percato que tiene querencia a la botella. No le culpo porque de estar yo viviendo con la horrorosa pécora también bebería hasta perder el control. Cualquier cosa que me ayudase a olvidar su desagradable aspecto. 
Tanto el bragazas como la arpía tienen esa manía de los hombres del sur de apoyar al equipo de Florentino Pérez y, cada vez que tararean el himno del Madrid yo pincho el del  Málaga C.F en el estéreo y a toda pastilla. Es evidente que nunca nos hemos tragado. Es diáfano que yo tengo lo que ellos apenas pueden soñar; clase y educación. La inquina ha ido subiendo enteros desde que tienen una filtración que proviene de mi domicilio que les llena el sótano de agua pero, desafortunadamente no hasta el punto de que ellos puedan perecer como los animales que no salvó Noé. El problema no es que no autorice a la compañía de seguros a arreglar el entuerto, que sí la autorizo, sino que esa empresa que se dedica al negocio del timo,  no ha tenido a bien solventar el problema de la víbora y el bragazas.  Finalmente, o eso me han dicho el perito de la compañía que no es nada perita, todo se va a arreglar tras mi viaje. Veremos.
El asunto de la buena vecindad nunca había supuesto un problema para mí. De hecho era uno de los pocos humanos del planeta que jamás, y cuando digo jamás quiero decir exactamente eso, había tenido cuita alguna con los moradores fronterizos que me tocaron en suerte. De todos guardo un cariño especial y estoy convencido de que el sentimiento es mutuo. El problema es que el malvado bicho que habita en el otro chalet adosado no viene del mono sino de la gallina y no para de piarla; se queja de todo y de todos. Tal vez todo sea el resultado de esa frustración por ver su estúpido rostro reflejado en lo espejo y que, como todo ser inteligente sabe, es el espejo del alma;  no culpis pas al mirall, la ganyota la fas tú.

Su negatividad es perfectamente entendible, casi como mis deseos de acabar con ella cada vez que me la cruzo por las calles del pueblecito en compañía de brujas de otras tribus peninsulares.  A veces puedo ver una sombra negra de maldad que se refleja en el pavimento y, aunque mi amiga Pilar dice que ha conocido más fantasmas encima de la cama que debajo, yo estoy por creer que esas mujeres son  espíritus malignos que habría que eliminar de la faz de la tierra.  Por tanto, no descarten que en la próxima temporada de Cuarto Milenio, el mismísimo Iker Jiménez me entreviste por haber clavado una estaca en el corazón de la descendiente de Belcebú. Ya estoy imaginando al pusilánime del hijo a mi lado llorando a lágrima viva en agradecimiento por haberle librado del mal personificado. Dios debe adelantar el otoño o voy a convertirme en Van Helsing y los zangolotinos de los vecinos en los Van Listos.

Sergio Calle Llorens

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