martes, 24 de octubre de 2017

EL PUEBLO FANTASMA


Tras la presentación de mi novela “El Guardián del Cementerio,” con éxito de público y ventas, me asomé de madrugada a la luna aterciopelada de la otoñada con un mediterráneo oculto bajo una niebla viscosa; la quintaesencia de las noches mágicas en el pequeño pueblo donde habito  que, como siempre, seguía colgado entre las montañas y los acantilados. Solo se escuchaba a los grillos con su eterna serenata de amor. Imaginaba a los machos cantando a la entrada de la madriguera para atraer a las hembras.  Desde la distancia las casitas blancas perfiladas bajo una luz mortecina y el resuello voluptuoso de la patria salada que daba a la escena un aire de pueblo fantasma. Ni siquiera se oían las sirenas de los barcos, ni las campanas de las ermitas que, como todo lugareño sabe, solo tocan por el alma de los marineros muertos en alta mar. Apenas el nocturno atrapado en una bruma mágica y reptante ajena a los estragos de la proximidad de la gente ajena, como no podía ser de otra manera, a mis andanzas de madrugada.

Seguí caminando por ramblas de arroyos bendecidos por la lluvia días antes. También había llovido en mi corazón horas antes al saberme querido por tantos amigos y seguidores que me acompañan en mi aventura literaria. Olía a campo mojado que dará paso, imagino, al verdor de los valles haciendo competencia a las hileras de pinos de la costa. Más pronto que tarde, pensé, estaré otra vez merodeando mis lugares querenciosos de las Sierras malagueñas. Pronto, estuve seguro, las nieves volverán a cuajar en mis montañas. Y en ese punto de reflexión estaba cuando vi recortarse en la noche la figura de mi amiga la raposa. También ella había querido venir a saludarme. Y es que hay jornadas en las que todo nos sale bien. Incliné mi cabeza en señal de respeto y ella, Duquesa de las sombras, se paró un momento antes de perderse en la foresta en busca de algún alimento. También escuché al búho con su sorprendente canto que me heló la sangre unos segundos. Me volvía a mirar la montaña y olía a pliego. Lanzaba la vista al sur, y una ráfaga la brisa me alcanzaba de lleno. Y al fondo, el pueblo fantasma ajeno al pasado que muere, al presente que vive, al recuerdo que queda y a la vida que sigue. Y que siga por muchos años con estas estampas de madrugada cuyos fantasmas, a los que he aprendido a dominar, habitan para siempre en las páginas de mis libros.

¡Gracias!


Sergio Calle Llorens

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